El Blog-Relato enlazado comienza en: La luz de Léoen
La 2ª segunda parte se puede leer en Hilosdenube
La 3ª parte en: De todo un poco en esta vida
La 4ª en: El poder de Ledreg
La 5ª en: La tentacion de leer
La 6º en: El bulevard de las letras
La 7º en: El hechizo del narguile
Octava parte
Belinda se quedó en silencio, mientras su cuerpo volvía a la normalidad. Apretó los puños con rabia. El ángel oscuro había logrado aletargar sus sentidos y teniendo en cuenta que Belinda era una bruja, Gabriel había tenido que hacer acopio de una gran energía para confundirla, pero… al ángel le habían quedado suficientes fuerzas para desaparecer tranquilamente como si aquella maniobra no hubiera significado un esfuerzo para él.
De repente Belinda ahogó un grito. Alguien había estado ayudando a Gabriel, sus progresos solo podían producirse con la ayuda de una fuerza mucho más poderosa, dormida hace más de mil años. La chica se volvió y sus labios temblaban. “No puede ser. Gabriel no tiene suficientes conocimientos para invocarlo”.
Las llamas de las antorchas la sacaron de sus reflexiones. Echó a correr de vuelta hacia el caserón. Al acercarse notó que la casa ya no tenía aquella aureola de niebla. El hechizo de invisibilidad ya no estaba. “¡Gabriel! Él ha eliminado la protección que nos ofrecía la casa”, adivinó, confirmando una vez más los nuevos poderes del ángel oscuro. Empujó la puerta trasera y casi tropezó con Milo. En los ojos del vampiro había un destello de hambre que hizo a Belinda retroceder un paso, pero enseguida hizo acopio de todo su valor para decirle:
-¡Están a punto de atacar la casa!-“Y ese es el menor de los problemas que tenemos”, le hubiera gustado añadir, pero no tuvo tiempo de abrir la boca.
Una piedra envuelta en llamas atravesó la ventana, enviando pequeños cuchillos de cristal en todas direcciones y aterrizó sobre un mueble, reduciéndolo a astillas. El fuego ascendió por la cortina con un hambre de siglos. Tres, diez, veinte rocas de fuego entraron en la habitación convirtiéndola en un infierno. Belinda, Milo, Jaco y Hermes subieron la escalera hacia el segundo piso. Hermes abrió la trampilla que llevaba al techo y los cuatro salieron. La multitud continuaba arrojando piedras a la casa, y Belinda sintió que el suelo se movía bajo sus pies. Toda la estructura gemía, lista para caerse en la boca hambrienta del incendio. Belinda, sin saber muy bien lo que hacía extendió una mano, sintiendo como el calor acariciaba su palma. Entonces el techo emitió un destello plateado y una ola de hielo se extendió por la casa. Las lenguas de las llamas se tornaron azules y se quedaron inmóviles y en un instante toda la construcción se convirtió en un trozo de hielo.
Solo se escuchaba el crepitar de las antorchas que portaban los aldeanos, mientras la multitud, sobrecogida, miraba a Belinda. Ella tragó saliva a duras penas, asustada por lo que acababa de hacer. Le había mostrado a todos que era una bruja. Acababa de cometer un gran error.