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5 dic 2009

Lee gratis el primer capítulo de La hija del rey






Prólogo

Hélia

La señal de alerta rompió el silencio de la noche. Hélia despertó sobresaltada y escuchó las pisadas de los guardias que corrían por el pasillo. Se acercó a una ventana. La llanura parecía desierta, pero la joven esperaba a que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. Entonces los vio avanzar. Un ejército se acercaba al castillo.
Hélia se vistió con dedos temblorosos. Se abrió la puerta y entró una chica cargando a un bebé. Un segundo después entró el rey Gedius.
—Nos atacan—anunció.
Hélia vio la ira y la impotencia en los ojos de su esposo. Quiso abrazarlo, pero la puerta se abrió otra vez y asomó la cabeza Urce, el jefe de los Defensores del Castillo.
—Mi señor…—lo llamó.
—No te muevas de aquí pase lo que pase—se despidió el rey de Hélia.
—No voy a quedarme aquí mientras los demás…—empezó ella.
—Hélia, te ordeno que te quedes aquí—repitió Gedius, con voz más firme —los
venceremos y entonces podrás ayudar con los heridos.
«Son demasiado crueles para que podamos vencerlos», pensó Hélia, pero no lo dijo.
—Me quedaré con Kira—accedió.
El rey salió. Hélia miró a Kira. La muchacha seguía aferrada al bebé, muerta de miedo.
—No te asustes, los venceremos—le dijo. Se llevó la mano al pecho allí donde solía
estar el Pendiente. Sabía que los goblins asaltaban el castillo como animales feroces
para intentar apoderarse de la joya y se sintió aliviada: la había escondido en un lugar seguro. Caminó hacia la pared hasta tocar con sus dedos un tapiz que ocultaba una puerta secreta. El pasadizo llegaba hasta el salón donde estaba la Puerta. Padre le había enseñado a acumular suficiente energía, por eso la puerta estaba abierta desde el día anterior. Tenía que entregarle el bebé a su protector antes de que los enemigos los rodearan. El ejército que estaba frente al castillo se agitó y un grito de guerra retumbó en la noche.


I


El último día de la inocencia


Meyim bajó al comedor. Aunque eran más de las cinco todavía llevaba su pijama.
Tenía ojeras. Se sentía cansada porque cada día las pesadillas eran más frecuentes y
extensas. Habían comenzado meses atrás y en más de una ocasión su hermano Sier
había entrado a su habitación y la había sacudido para que despertara y dejara de gritar.
A veces los sueños eran terribles; veía extraños bosques de los que no conseguía salir por más que caminara, o se encontraba con criaturas atroces que la miraban a una prudente distancia y varias veces distinguía un óvalo azul en medio de la oscuridad. Sin saber por qué, le temía a ese disco azul y al mismo tiempo le fascinaba. Otras veces, los sueños eran plácidos; una habitación en la que el viento hacía ondear las blancas cortinas, el cabello rojo de una mujer cayendo dulcemente sobre su rostro o la voz de un hombre que veía siempre de espaldas, con una larga capa. La última pesadilla era un incendio; troncos que caían envueltos en llamas, gritos, un humo denso y asfixiante…
Intentó olvidar aunque sabía que no lo conseguiría. Abrió el refrigerador. Agarró un
plato con un trozo de flan. Se quedó mirando el dulce mientras sentía que el miedo le
atenazaba la garganta. Estaba sintiendo aquel olor. Sus pesadillas siempre empezaban
por ese olor desconocido, que alguna vez, había olido, pero que no podía recordar dónde ni cuándo. Sin embargo la aterradora noche aún no había comenzado. ¿Acaso las
pesadillas se atreverían a entrar en el reino de la luz?
-No-gimió e intentó llamar a Sier, pero se le nubló la vista.
Apretó el borde de la meseta de la cocina. En su frente aparecieron gotas de sudor. La habitación se sumergió en la oscuridad.
Vio un castillo incendiado. En los alrededores se desarrollaba una batalla entre criaturas esbeltas y toscas bestias. Las bestias derribaron el portón a hachazos y entraron. El ruido era ensordecedor: los habitantes del castillo y las bestias gritaban y las armas chocaban.
El que parecía el jefe de los asaltantes les indicó con señas a dos criaturas de largos colmillos que escalaran por la pared posterior de la única torre. Luego, subió hacia el segundo piso. Su mirada era fría y llevaba una enorme espada de la que goteaba sangre.
Parecía que buscaba algo; olfateándolo todo con su nariz desprovista de piel. Dos
guardias se interpusieron en su camino e intentaron evitar que subiera pero la criatura hirió a uno, y mató al otro. Al fin, llegó a la parte superior de la torre. Allí, detrás de una hoguera azul, se escondían varias mujeres y niños que gritaron, llenos de miedo.
El goblins sonrió y avanzó hacia el grupo esgrimiendo su arma. Pero una mujer se
interpuso en su camino. Su cabello rojo ondeaba al viento. Se protegía el pecho con una cota de plata que las llamas hacían relucir. Su arma era delgada como una aguja pero su mano no temblaba y sus ojos parecían de acero. La criatura titubeó. En ese momento, sus dos secuaces de largos colmillos asomaron la cabeza por el borde del muro posterior. Nadie más los vio. El jefe atacó. La mujer con un grito de rabia, levantó su espada.
— ¡Meyim! —la voz de Sier la devolvió a la realidad.
La cocina volvió a aparecer. Las losetas blancas, el plato con el dulce…
— ¿Te sientes bien?
—Si… yo…—ella miró sus manos, empapadas de sudor.
— ¿Qué pasó?
—Está empeorando.
-Mañana iremos a ver al médico, Meyim-le dijo Sier, asiéndola de un brazo. No puedes
continuar así.
-Está bien, está bien-accedió ella.
Agarró el plato y se sentó a la mesa. Desde donde estaba podía ver la puerta de la
biblioteca. Le gustaría cerrar los ojos y al abrirlos ver a César ilustrando, dándole vida a muchos personajes que pululaban en los libros. Pero, él había muerto meses atrás. Era el padre de Sier. Y como un padre para ella.
Un día salió al pantano a cazar patos. Allí alguien acechaba, esperando a una víctima.
Al parecer el ladrón intentó quitarle la cartera, hubo una pelea y César terminó con una herida mortal. Al menos esa era la versión oficial, aunque nunca encontraron al asesino y el padre de Sier llevaba un reloj de valor, que no le habían robado. Sier afirmaba que a su padre no le habían intentado robar, que alguien había planeado su asesinato. Meyim no hablaba de ese tema: le dolía demasiado.
Estaba tan sumida en sus pensamientos que no escuchó el timbre del teléfono. Cuando
sonó por tercera vez se acercó al mueble y levantó el auricular.
— ¿Si?
Escuchó la voz de una mujer.
— ¿Es Meyim?
—Sí. ¿Quién habla?
Del otro lado colgaron.
Miró por la ventana. Caía la noche.
Unas horas después se metió en la cama. La noche estaba silenciosa y la luz de la luna llena se filtraba por la ventana. Pronto se durmió. Despertó por la madrugada. Tenía la sensación de ser observada. Abrió los ojos. Al pie de su cama, estaba sentada una persona vestida de negro y con un capuchón que le cubría el rostro. Meyim se levantó sobresaltada.

1 comentario:

Lady Diana Castillo dijo...

Hola Música Freak.
Que bueno que los aires caprichosos de la internet trajeron tu barco hasta mi pequeña isla. Me alegro que te haya gustado. visitaré el sitio que me recomiendas, puer me interesa reforzar mis conocimientos de inglés.